Los productores sangran y los DJs brillan.

En la trastienda del beat, detrás del humo, las luces y los aplausos, hay una figura que arde en el anonimato: el productor de música electrónica. Ese ser obsesivo que pule frecuencias como si fueran diamantes, que invierte años en aprender síntesis, mezcla, diseño sonoro, estructura musical y masterización. El que transforma emociones en sonidos sin esperar más que una mínima resonancia del otro lado del parlante.

Pero en la era de los DJs mediáticos, muchos de estos alquimistas del sonido quedan sepultados bajo la alfombra roja de la pista. Mientras los grandes nombres brillan en festivales y redes sociales, sus sets se sostienen en gran medida por las obras de esos productores que, irónicamente, a veces ni siquiera son mencionados.

Hay DJs que nunca produjeron una línea de bajo. Que jamás pasaron diez horas afinando un kick. Que desconocen lo que es pasar meses trabajando en un track que terminará guardado en una carpeta de “demos sin respuesta”. Sin embargo, su carrera avanza gracias al talento ajeno. Son ellos quienes se consagran mezclando obras que no les pertenecen, en muchos casos sin dar crédito alguno. La escena, en su forma más cruda, revela una paradoja: el que crea no siempre es el que recibe los frutos.

Más grave aún es el fenómeno del DJ que mezquina los tracks, como si fueran lingotes secretos. No comparte los nombres de los productores, no recomienda, no etiqueta, no agradece. “Es mi secreto”, dice. Como si el mérito estuviera solo en mezclar, y no en todo el proceso creativo que hizo posible ese momento inolvidable de su set. Como si su reputación dependiera de esconder la fuente.

Este desequilibrio entre visibilidad y creación está erosionando los cimientos éticos de la música electrónica. Si un DJ se convierte en referente gracias a tracks que otros hicieron —y que probablemente encontró en Beatport, SoundCloud o promos—, lo mínimo que puede hacer es visibilizar a quienes le dieron la materia prima para construir su narrativa sonora.

El problema no es nuevo, pero en la era de la sobreexposición, se ha intensificado. El foco mediático apunta a la figura del DJ como performer, influencer, celebridad. Pero sin productores, no hay magia que mezclar. La pista no explota por el nombre del DJ, sino por el impacto emocional de las obras que ejecuta.

Es hora de revertir el desequilibrio. Los DJs tienen el poder de cambiar la historia si usan sus plataformas para elevar a los que crean. Nombrar al productor no quita mérito: lo multiplica. Cuidar la escena implica cuidar a sus verdaderos arquitectos.

Porque cuando un track te salva el set, lo mínimo que podés hacer es honrar su origen.

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