La neurociencia y la música son dos campos que se han relacionado desde hace mucho tiempo, debido al interés por comprender cómo la música afecta al cerebro y a las emociones. La música es un estímulo sonoro que activa múltiples regiones cerebrales, involucradas en el procesamiento auditivo, el movimiento, el lenguaje, la memoria y el razonamiento. Además, la música puede evocar recuerdos y sentimientos significativos, así como generar placer, bienestar y reducir el estrés.
La música también tiene aplicaciones prácticas para mejorar la salud, el rendimiento y el aprendizaje. Por ejemplo, se ha demostrado que la música puede ayudar a mejorar el movimiento y el habla en pacientes con enfermedad de Parkinson o accidente cerebrovascular, gracias a su efecto sobre el sistema motor y el sistema nervioso central. Asimismo, la música puede favorecer el sueño, el sistema inmunológico, el equilibrio y las relaciones sociales.
La neurociencia musical es una disciplina que estudia los mecanismos neuronales que subyacen a la percepción, la producción y la respuesta a la música, así como sus beneficios para la salud cerebral y mental. Esta disciplina requiere de un conocimiento consolidado de los procesos cerebrales que se producen en respuesta a los estímulos sonoro-musicales, así como de las aplicaciones que se derivan de ellos. De esta manera, se puede utilizar la música como una herramienta para conseguir un mejor bienestar, rendimiento físico y cognitivo.
Para entender cómo la música influye en el cerebro, es necesario conocer los pasos que sigue el sonido desde que entra por el oído hasta que llega a las áreas cerebrales responsables de su interpretación. Según el laboratorio de investigación Brain, Music and Sound de Canadá, el sonido se transmite al tronco cerebral y de ahí a la corteza auditiva primaria, donde se analiza la frecuencia, la intensidad y la duración del sonido. Luego, el sonido se distribuye a otras regiones corticales y subcorticales, donde se procesan aspectos más complejos de la música, como el ritmo, la melodía, la armonía, el timbre y el significado. Estas regiones se conectan con otras áreas del cerebro que se encargan de las emociones, la memoria, el movimiento y el lenguaje, creando una red neuronal que integra la música con otros procesos cognitivos y afectivos.
La música tiene la capacidad de activar y modular cada una de las estructuras emocionales del cerebro, como el sistema límbico, la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal. La música puede provocar diferentes emociones, como alegría, tristeza, miedo, sorpresa, ira o asco, dependiendo de las características musicales, el contexto y las experiencias previas del oyente. La música también puede inducir estados de ánimo, como la relajación, la euforia, la nostalgia o la ansiedad, que influyen en la forma de pensar y de actuar. La música puede generar placer al liberar dopamina, un neurotransmisor asociado al sistema de recompensa del cerebro, que se activa cuando se satisfacen necesidades básicas o se obtienen recompensas.
La música puede mejorar el aprendizaje y el rendimiento cognitivo, al estimular la atención, la concentración, la memoria, el razonamiento y la creatividad. La música puede facilitar el aprendizaje de otros idiomas, al mejorar la discriminación auditiva, la pronunciación, el vocabulario y la gramática. La música puede potenciar el desarrollo de habilidades espaciales, matemáticas y lógicas, al favorecer el razonamiento abstracto, la resolución de problemas y el pensamiento crítico. La música puede fomentar la expresión y la comunicación, al desarrollar la capacidad de escuchar, interpretar, transmitir y compartir emociones, ideas y opiniones.
La música puede tener un impacto positivo en la salud física y mental, al prevenir y tratar diversas enfermedades y trastornos. La música puede reducir el dolor, la inflamación, la presión arterial, el ritmo cardíaco y el estrés, al disminuir la actividad del sistema nervioso simpático, que se encarga de la respuesta de lucha o huida, y aumentar la actividad del sistema nervioso parasimpático, que se encarga de la respuesta de reposo y digestión. La música puede mejorar el sistema inmunológico, al aumentar la producción de anticuerpos, células T y citocinas, que son sustancias que ayudan a combatir las infecciones y las enfermedades. La música puede prevenir y tratar la depresión, la ansiedad, el insomnio, el deterioro cognitivo y el Alzheimer, al estimular la neurogénesis, la neuroplasticidad y la neuroprotección, que son procesos que implican la formación, la adaptación y la protección de las neuronas.
En conclusión, la música y la neurociencia son dos campos que se complementan y se enriquecen mutuamente, al revelarnos los efectos que la música tiene sobre nuestro cerebro y nuestra salud. La música es una fuente de placer, de conocimiento, de expresión y de bienestar, que nos permite conectar con nosotros mismos y con los demás.